jueves, 7 de febrero de 2013

Preguntas incómodas


En la edición de Brecha del pasado 21 de diciembre, la periodista Sofi Richero se pregunta, a propósito de la emergencia reciente de diversas situaciones de violencia, y esperando que no “ardan los cabellos de la Academia”, “¿cuándo fue que dejamos de hablar de “violencia de clase”?”, o “¿Cuándo fue que el debate ideológico de la izquierda se decretó muerto y sobre su cadáver comenzaron a germinar las expresiones prohibidas?”

Creo que a muchos de los lectores de Brecha las preguntas de Richero nos suenan más que familiares. Son las mismas que venimos haciéndonos cada vez con más frecuencia ante la sobreabundancia de lecturas simplistas de acontecimientos cotidianos que parecen olvidar que vivimos en una sociedad marcada por desigualdades estructurales, por mucho que nos pese.

La preocupación por intentar pensar algunas de las implicancias que esta forma de ver el mundo y comprender lo social han tenido, y tienen, en nuestro país y particularmente en su situación educativa, están presente en los trabajos de investigación y las reflexiones cotidianas de muchos de nuestros educadores.

En los estudios sobre educación que fundamentan las políticas educativas en Uruguay desde la recuperación democrática, se ha ido sofisticando un recurso argumentativo que ha puesto el acento en las relaciones entre resultados educativos y “contextos socioculturales”. Con abundantes referencias estadísticas, no ha dejado de demostrarse una y otra vez esta relación. Ello, ha servido de base para la conformación de teorías que no dejan de nombrar una y otra vez los supuestos “déficits culturales” que poseerían ciertas poblaciones y frente a los cuales es necesario instrumentar políticas de equidad centradas en los “entornos de dificultades estructurales relativas”, como reza el programa de política focalizada actualmente en desarrollo en las escuelas públicas de nuestro país.

Para cualquier análisis más o menos influenciado por una perspectiva teórica crítica, la realidad del fracaso educativo en sectores que viven en situación de pobreza no podría separarse de la consideración de las desigualdades estructurales inherentes a toda sociedad capitalista. Existe una más que abundante bibliografía para sostener estas perspectivas, desde tradiciones no necesariamente idénticas, pero sí vinculadas de diversas formas con el marxismo y la teoría crítica.

Las preguntas entonces podrían ser: ¿cuándo dejamos de hablar de las relaciones entre educación y clases sociales?; ¿cuándo dejamos de considerar el carácter de reproductor de las desigualdades sociales que implica todo sistema educativo?; ¿cómo es que desde la izquierda podemos seguir hablando de “contextos socioculturales críticos” sin considerar las formas en que esos territorios y sus habitantes se inscriben en la realidad de una sociedad capitalista -y por tanto- excluyente?

Tengo el convencimiento que volver a ubicar esas preguntas sería un buen lugar desde el cual repensar nuestras perspectivas pedagógicas y nuestra idea sobre el tipo de políticas educativas que es necesario construir.

Ubicar estas preguntas sobre la mesa supondría asumir lo social como un ámbito conflictivo, en el cual necesariamente una toma de posición supone un acto político no exento de consecuencias. Se agradará a unos y se dejará descontentos a otros.

En nuestro país quienes siguen fracasando en la educación son los más pobres. ¿Hasta cuándo será posible seguir asumiendo desde la izquierda discursos que pretendan explicar este fenómeno por las “carencias” de estos sujetos. ¿Será posible que volvamos a hacernos preguntas incómodas y que entonces seamos capaces de concebir una educación que trabaje desde las potencialidades de niños y adolescentes de sectores populares y se comprometa con su desarrollo concebido estrictamente como un acto de justicia?

Un punto de comienzo para asumir una tarea de este tipo seguramente sería poner en discusión los supuestos desde los cuales pensamos y actuamos en la educación y someterlos a la crítica de una pedagogía que tome como punto de partida la radical igualdad de lo sujetos.

El país va ingresando lentamente en su pre - campaña electoral. Seguramente la educación será uno de los ejes centrales de la disputa entre los partidos. Ojalá podamos empezar a llamar a las cosas por su nombre.

4 comentarios:

  1. Pablo, felicitaciones por la iniciativa y de acuerdo con lo que planteás, precisamos sin duda reflexiones y aportes críticos como los tuyos, que cuestionen el sentido común hegemónico y desde una perspectiva de izquierda, que de eso se trata en el pensamiento y teoría críticos sobre la educación, abrazo
    Jano

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  2. Los análisis críticos faltan en nuestro medio; hace falta que actores de diversos ámbitos discutan. No solamente desde la academia. En toda época histórica fermental las mayorías siempre estuvieron involucradas. Sin que ocurra esto ¿hay posibilidades de cambio en la sociedad?; ¿si no cambia la sociedad podrá cambiar el sustento político de la educación? Sin dudas que todos los días son un desafío para los que creemos que no vivmos en un país de primera. Saludos, Héctor.

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  3. Pues me temo que la campaña electoral no sea un marco propicio para una reflexión sobre educación, sobretodo porque lo incómodo no se presenta allí, por desgracia. De pronto podamos desde los electores generar estas preguntas, algo incómodas, para ver si de una vez por toda el discurso político partidario de nuestro país se posiciona ante la educación.
    Agrego además que en los últimos tiempos, la estadística educativa nos ha permitido comparar todo cuanto pueda generar dato.
    Un tema crudo este!

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  4. Buen punto de arranque el reconocer que es ilusoria la igualdad en un sistema capitalista; el problema es hacia dónde orientamos los objetivos y con qué principios.

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