En la edición de Brecha
del pasado 21 de diciembre, la periodista Sofi Richero se pregunta, a
propósito de la emergencia reciente de diversas situaciones de
violencia, y esperando que no “ardan los cabellos de la Academia”,
“¿cuándo fue que dejamos de hablar de “violencia de clase”?”,
o “¿Cuándo fue que el debate ideológico de la izquierda se
decretó muerto y sobre su cadáver comenzaron a germinar las
expresiones prohibidas?”
Creo que a muchos de los
lectores de Brecha las preguntas de Richero nos suenan más que
familiares. Son las mismas que venimos haciéndonos cada vez con más
frecuencia ante la sobreabundancia de lecturas simplistas de
acontecimientos cotidianos que parecen olvidar que vivimos en una
sociedad marcada por desigualdades estructurales, por mucho que nos
pese.
La preocupación por
intentar pensar algunas de las implicancias que esta forma de ver el
mundo y comprender lo social han tenido, y tienen, en nuestro país y
particularmente en su situación educativa, están presente en los
trabajos de investigación y las reflexiones cotidianas de muchos de nuestros educadores.
En los estudios sobre
educación que fundamentan las políticas educativas en Uruguay desde
la recuperación democrática, se ha ido sofisticando un recurso
argumentativo que ha puesto el acento en las relaciones entre
resultados educativos y “contextos socioculturales”. Con
abundantes referencias estadísticas, no ha dejado de demostrarse una
y otra vez esta relación. Ello, ha servido de base para la
conformación de teorías que no dejan de nombrar una y otra vez los
supuestos “déficits culturales” que poseerían ciertas
poblaciones y frente a los cuales es necesario instrumentar políticas
de equidad centradas en los “entornos de dificultades estructurales
relativas”, como reza el programa de política focalizada
actualmente en desarrollo en las escuelas públicas de nuestro país.
Para cualquier análisis más o menos influenciado por una perspectiva teórica crítica,
la realidad del fracaso educativo en sectores que viven en situación
de pobreza no podría separarse de la consideración de las
desigualdades estructurales inherentes a toda sociedad capitalista.
Existe una más que abundante bibliografía para sostener estas
perspectivas, desde tradiciones no necesariamente idénticas, pero sí
vinculadas de diversas formas con el marxismo y la teoría crítica.
Las preguntas entonces
podrían ser: ¿cuándo dejamos de hablar de las relaciones entre
educación y clases sociales?; ¿cuándo dejamos de considerar el
carácter de reproductor de las desigualdades sociales que implica
todo sistema educativo?; ¿cómo es que desde la izquierda podemos
seguir hablando de “contextos socioculturales críticos” sin
considerar las formas en que esos territorios y sus habitantes se
inscriben en la realidad de una sociedad capitalista -y por tanto-
excluyente?
Tengo el convencimiento
que volver a ubicar esas preguntas sería un buen lugar desde el cual
repensar nuestras perspectivas pedagógicas y nuestra idea sobre el
tipo de políticas educativas que es necesario construir.
Ubicar estas preguntas
sobre la mesa supondría asumir lo social como un ámbito
conflictivo, en el cual necesariamente una toma de posición supone
un acto político no exento de consecuencias. Se agradará a unos y
se dejará descontentos a otros.
En nuestro país quienes
siguen fracasando en la educación son los más pobres. ¿Hasta
cuándo será posible seguir asumiendo desde la izquierda discursos
que pretendan explicar este fenómeno por las “carencias” de
estos sujetos. ¿Será posible que volvamos a hacernos preguntas
incómodas y que entonces seamos capaces de concebir una educación
que trabaje desde las potencialidades de niños y adolescentes de
sectores populares y se comprometa con su desarrollo concebido estrictamente como un acto de justicia?
Un punto de comienzo para
asumir una tarea de este tipo seguramente sería poner en discusión
los supuestos desde los cuales pensamos y actuamos en la educación y
someterlos a la crítica de una pedagogía que tome como punto de
partida la radical igualdad de lo sujetos.
El país va ingresando
lentamente en su pre - campaña electoral. Seguramente la educación
será uno de los ejes centrales de la disputa entre los partidos.
Ojalá podamos empezar a llamar a las cosas por su nombre.